Hace muchos años, probablemente muchos más de
15 años, dos princesas muy pequeñas se conocieron jugando en frente del reino
de uno de sus abuelos. Muy rápido congeniaron. Se hicieron inseparables. Tanto,
que cuando se fueron haciendo mayores, las dos iban juntas todos los fines de
semana al reino de la otra para poder estar juntas mucho más tiempo. Recuerdan
las dos su primera reunión, ninguna lloraba, porque sabían que estaba la otra
para ayudarla, pero no tenían más que 7 y 6 años, eran muy pequeñas para ver
todo lo que había delante de ellas. Todo lo que el futuro podía depararles. De
la mano, fueron caminando por largos senderos, unos llenos de flores preciosas,
donde el agua clara y cristalina bañaba sus pies, donde ellas pasaban largos
días disfrutando una de la otra. Pero también tuvieron que recorrer senderos
llenos de piedras, tan grandes que sin la ayuda de la otra era imposible
pasarlos, o de largas espinas que hacían que sus heridas cada vez fueran más y
más grandes. Pero aunque pasaran por senderos con muchísima dificultad, siempre
fueron capaces de pasarlos juntas, como las mejores amigas que nadie podía
tener. Los años fueron pasando y cada una fue tomando caminos diferentes, pero
siempre muy cerca del que la otra tomaba. No querían separarse, por mucho que
las dos empezaran a ser como el aceite y el agua. Sabían que tarde o temprano,
esas rutas que habían elegido se unirían. De repente, ya las dos un poco mayores,
empezaron a sentir atracción por lejanos príncipes de no tan lejanos reinos.
Uno, moreno y despistado, otro, castaño y risueño. No tenían nada que ver
uno con el otro. Igual que las dos
princesas, eran como el agua y el aceite. Parecía que ninguna de las dos
princesas tendría problema en casarse con esos apuestos príncipes a los que sus
padres les tenían tanto aprecio. Ni que tampoco tendrían problema la una con la
otra. El tiempo pasó un poco más, y la mayor de las princesas, la más inquieta,
decidió que era la hora de conocer otro reino, de saber cómo funcionaban las cosas
fuera de sus dominios, de estudiar otros lugares, así que despidiéndose de su príncipe
y de su mejor amiga, se subió a aquel
carromato que tanto miedo le daba sin ninguno de los dos. La otra princesa se
quedó en su reino, junto a su príncipe, pero comenzaron a tener problemas.
Nunca supieron arreglarlos y ahora cada uno partió por su lado. La princesa que
había salido a otro reino, nunca sintió que a través de las cartas de su amado
tuviera algún problema, hasta el día que su querida amiga fue a visitarla para
conocer ella también esos lares de los que hablaba tanto su amiga. Comenzaron
las peleas, las discusiones absurdas y las dos princesas se vieron en una
situación en la que nunca habían estado. Las dos querían a dos príncipes pero
ninguno de ellos parecía corresponderle. La princesa que estaba cultivándose en
otro reino intentó olvidarse lo mejor que pudo de aquel príncipe que tanto la
había hecho feliz. La otra princesa, siguió viviendo cerca del amado de su
amiga, aun teniendo un pacto entre las dos en las que nunca de los jamases, la
otra se acercaría al príncipe de la otra. Pasaron los años y el rey decidió que
su hija había estudiado lo suficiente ese reino, que debía volver para poder partir
hacia otro reino aun mayor, pero que antes, pasaría una larga temporada en
casa. Las dos princesas se pusieron muy contentas, pues por fin podrían estar
juntas. Una de ella había cambiado sus gustos, y ahora quería a una princesa en
vez de aquel príncipe risueño. La otra princesa, nada más llegar preguntó a su
amiga si el pacto que habían hecho seguía intacto, a lo que la otra contestó
sin dudarlo que sí, que como podía ella desconfiar de su mejor amiga. Pocos
años después, cuando la princesa inquieta y el príncipe despistado se
encontraros, la princesa supo en sus ojos que su mejor amiga le había mentido,
y preguntándole de nuevo, obtuvo aquella respuesta que le hubiese gustado recibir
aquella primera vez que preguntó. Sintió que la amistad que tenía con su amiga
del alma se desvanecía, que cada vez quedaba menos. No le molestaba que el
pacto se hubiese roto, sino que la hubieran mentido tanto tiempo. No sólo
estaba decepcionada con la otra princesa, sino con ella misma, por haber creído
en los dos y haber confiado mucho más en su amiga que en lo que su corazón le
decía. Y aquí acaba la historia de por qué no te puedes fiar ni de tu sombra, y
que los mejores amigos no existen, que son sentimientos hacia una persona que
te acaba defraudando, como cualquier otra.