18 de agosto de 2012

Cuento de hadas con un final de verdad


Hace muchos años, probablemente muchos más de 15 años, dos princesas muy pequeñas se conocieron jugando en frente del reino de uno de sus abuelos. Muy rápido congeniaron. Se hicieron inseparables. Tanto, que cuando se fueron haciendo mayores, las dos iban juntas todos los fines de semana al reino de la otra para poder estar juntas mucho más tiempo. Recuerdan las dos su primera reunión, ninguna lloraba, porque sabían que estaba la otra para ayudarla, pero no tenían más que 7 y 6 años, eran muy pequeñas para ver todo lo que había delante de ellas. Todo lo que el futuro podía depararles. De la mano, fueron caminando por largos senderos, unos llenos de flores preciosas, donde el agua clara y cristalina bañaba sus pies, donde ellas pasaban largos días disfrutando una de la otra. Pero también tuvieron que recorrer senderos llenos de piedras, tan grandes que sin la ayuda de la otra era imposible pasarlos, o de largas espinas que hacían que sus heridas cada vez fueran más y más grandes. Pero aunque pasaran por senderos con muchísima dificultad, siempre fueron capaces de pasarlos juntas, como las mejores amigas que nadie podía tener. Los años fueron pasando y cada una fue tomando caminos diferentes, pero siempre muy cerca del que la otra tomaba. No querían separarse, por mucho que las dos empezaran a ser como el aceite y el agua. Sabían que tarde o temprano, esas rutas que habían elegido se unirían. De repente, ya las dos un poco mayores, empezaron a sentir atracción por lejanos príncipes de no tan lejanos reinos. Uno, moreno y despistado, otro, castaño y risueño. No tenían nada que ver uno  con el otro. Igual que las dos princesas, eran como el agua y el aceite. Parecía que ninguna de las dos princesas tendría problema en casarse con esos apuestos príncipes a los que sus padres les tenían tanto aprecio. Ni que tampoco tendrían problema la una con la otra. El tiempo pasó un poco más, y la mayor de las princesas, la más inquieta, decidió que era la hora de conocer otro reino, de saber cómo funcionaban las cosas fuera de sus dominios, de estudiar otros lugares, así que despidiéndose de su príncipe  y de su mejor amiga, se subió a aquel carromato que tanto miedo le daba sin ninguno de los dos. La otra princesa se quedó en su reino, junto a su príncipe, pero comenzaron a tener problemas. Nunca supieron arreglarlos y ahora cada uno partió por su lado. La princesa que había salido a otro reino, nunca sintió que a través de las cartas de su amado tuviera algún problema, hasta el día que su querida amiga fue a visitarla para conocer ella también esos lares de los que hablaba tanto su amiga. Comenzaron las peleas, las discusiones absurdas y las dos princesas se vieron en una situación en la que nunca habían estado. Las dos querían a dos príncipes pero ninguno de ellos parecía corresponderle. La princesa que estaba cultivándose en otro reino intentó olvidarse lo mejor que pudo de aquel príncipe que tanto la había hecho feliz. La otra princesa, siguió viviendo cerca del amado de su amiga, aun teniendo un pacto entre las dos en las que nunca de los jamases, la otra se acercaría al príncipe de la otra. Pasaron los años y el rey decidió que su hija había estudiado lo suficiente ese reino, que debía volver para poder partir hacia otro reino aun mayor, pero que antes, pasaría una larga temporada en casa. Las dos princesas se pusieron muy contentas, pues por fin podrían estar juntas. Una de ella había cambiado sus gustos, y ahora quería a una princesa en vez de aquel príncipe risueño. La otra princesa, nada más llegar preguntó a su amiga si el pacto que habían hecho seguía intacto, a lo que la otra contestó sin dudarlo que sí, que como podía ella desconfiar de su mejor amiga. Pocos años después, cuando la princesa inquieta y el príncipe despistado se encontraros, la princesa supo en sus ojos que su mejor amiga le había mentido, y preguntándole de nuevo, obtuvo aquella respuesta que le hubiese gustado recibir aquella primera vez que preguntó. Sintió que la amistad que tenía con su amiga del alma se desvanecía, que cada vez quedaba menos. No le molestaba que el pacto se hubiese roto, sino que la hubieran mentido tanto tiempo. No sólo estaba decepcionada con la otra princesa, sino con ella misma, por haber creído en los dos y haber confiado mucho más en su amiga que en lo que su corazón le decía. Y aquí acaba la historia de por qué no te puedes fiar ni de tu sombra, y que los mejores amigos no existen, que son sentimientos hacia una persona que te acaba defraudando, como cualquier otra.