Llorar. Llorar y reír a la vez. Ese es un sentimiento totalmente
extraño. Saber que se acabó, que ya no hay vuelta atrás, que vas a seguir para
adelante sin él, pero a la vez, junto a él. Recuperar aquello que perdimos por
hacernos los valientes, por tener un orgullo tan grande que nos cegaba, por ser
las dos personas más cabezotas que conozco. De golpe, soy consciente de que hacía
tiempo que quería escuchar eso, “se acabó, nunca más”, y me sorprendo a mi
misma cuando una gota de agua salada recorre mi cara, y le siguen otras más,
pero todas con una sonrisa que no me desaparece, que no puedo ni quiero
remediar. Lo dijimos una vez, y dos, incluso tres veces, pero sabíamos que no
era el final, que donde hubo ceniza siempre puede volver a renacer el fuego, y
ahora que el viento ha esparcido las cenizas, soy feliz. Feliz por poder
respirar tranquila, feliz al desaparecer los sentimientos de culpa, feliz por
recuperar a mi mejor amigo.