27 de septiembre de 2011

Una y otra Vez

Es duro pensar que alguien no se acuerda de ti cuando, posiblemente tus primeros recuerdos, esos que a veces afloran en nuestra memoria, son con ella, o de ella. Pero más duro es ver que, personas que un día la amaron, o la quisieron ahora la ignoran y alejan por ello. Pero todavía duele más que esa persona que no se acuerda de ti sea tu abuela, y esas personas que ahora no pueden o no quieren estar con ella sean también tu familia.

Porque no sabes qué hacer cuando pregunta por su madre, o por su hermana, ya muertas. O simplemente te dan ganas de partirle la cara la cara al gilipollas que la trata mal por no acordarse de nada, que la hiere. Nadie quiere darse cuenta que no es algo que ella haya elegido, que no es su culpa. Que es el maldito Alzheimer el que borra sus más preciosos recuerdos, su memoria. O no quieren darse cuenta. Yo, ya no sé que creer, pues es mi familia, ya sea cercana o lejana. Siguen siendo también sus hijos, sus nietos...

Sólo me hago una pregunta: ¿Por qué ella? Y por mucho que busque la respuesta, no la encuentro. Por mucho que grite y que la repita no encuentro una explicación. Ni ninguna solución

Aunque, hay veces, que me hace sonreír, porque, al pasar a su lado me dice: Irina, ¿cuándo llegaste? No sabía que estabas en casa, te echaba de menos. Y no me queda otra que decirle: Yo a ti también abuela, yo a ti también, que bien que estemos las dos en casa. Porque sé, que en esos escasos minutos, vuelve a ser mi abuela. La que me arropaba por las noches, la que me contaba que sin mi ella no podía haber vencido su problema del corazón, la que me enseñó a caminar y sobre todo, a decir: Nunca se dice que no se puede, sino que se intenta una y otra vez, hasta que lo consigues.

Y así pienso vivir mi vida, consiguiendo todo lo que me proponga.
Por ella.
Porque vuelva esos pocos minutos que me quedan con ella.

No queda nadie.

Aquel día, posiblemente, cambio mi vida. Me di cuenta de que quería. Nunca me había parado a pensar que era lo que realmente quería. Me limitaba a dar lo que los demás querían, lo que me pedían, jamás se me pasó preguntarme ¿qué quiero? ¿Para qué me lo iba a preguntar? No me iba a solucionar nada de mi vida, esta seguiría igual que antes, porque lo que quería me parecía imposible, raro, estúpido, tal vez.

Sin saber cómo, ahí estabas, después de haber sido una estúpida, estabas esperándome, con la más sincera y noble de tus sonrisas. Esa que me hace sonreír muchas veces cuando la recuerdo. Estabas, y no pediste explicaciones. Aceptaste lo que se me venía encima, porque ese verano yo había pensado en mi, solo en mi. Y posiblemente fue esto lo que cambio mi vida. Yo me iba, tú te quedabas. Podías haberme dicho que estaba loca, o que me quedara. Pero no lo hiciste, y la verdad, me alegro que no lo hicieras, porque, como ya te dije una vez, me hubiese quedado.

Sin saber cómo, empezamos a despegarnos, por mucho que intentáramos estar bien, siempre algo nos hacia cambiar de opinión, posiblemente me equivoque involucrándote en mi vida. La culpa va tejiendo su red. Estábamos en planetas diferentes, solos. Tus manos vacías, mis palabras ausentes, escucharnos sin hacernos caso, sin entendernos… Al final te perdía, al igual que me perdía yo. Entre tantas mentiras me perdía. Me asustaba, pero no quería abandonar. No suelo equivocarme en todo. Pero seguíamos en planetas diferentes, solos. Inventaba huidas, me obligaba a pensar que estábamos bien y al pensar, te volvía a entender, pero al final se perdía todo, y yo me perdía todavía más.

Y así hemos quedado, como dos extraños que jamás se conocieron. Que jamás se quisieron. Que jamás volverán a verse las caras, porque nunca se las vieron de verdad. Porque nos desviamos del rumbo. O a lo mejor, nuestras vidas no estaban en el mismo camino.

Alguien me dijo una vez: Quienes nacieron para estar juntos, después de todo, encontraran la manera.

Ya veremos que depara el futuro.

Mientras tanto, seguiré con mi vida.


14 de septiembre de 2011

Tengo la manía de hacerlo todo de golpe. De pensar en el momento, de olvidarme de lo que viene después. El vicio de gesticular mucho cuando hablo y el de no confiar fácilmente. El de decir lo que pienso sin reparo alguno. El vicio de no parar hasta caerme, o hasta que consigan pararme. El de cantar en la ducha la canción más penosa del mundo. También tengo el vicio de equivocarme, de cometer errores que son difíciles de reparar. O el vicio de sacar el lado bueno de todo y sí, sé que un optimista es un pesimista mal informado, pero a veces es mejor dejar que algunas cosas ‘pasen por alto’, y dejarse llevar. Lo siento, he dicho que tengo vicios, no problemas. Ahora piensa lo que quieras.


11 de septiembre de 2011


Querer hablarte
Pero no saber que decir.