8 de julio de 2012

Ya no hay segunda estrella a la derecha.

Hace tiempo que no escribía nada, y la verdad es que no tenía nada que decir… Pero hoy sí. Hoy tengo millones de cosas que decirte, millones de cosas que normalmente me callaría. Puede que hoy haya sido el día que más me hayas hartado o más me hayas cansado. O que esa llamada inesperada me abriera los ojos de una puta vez. Pues no puedo callarme que te odio. Y no te odio de una forma normal en las que dos personas discuten y se dicen miles de cosas a la cara y luego se arrepienten. Te odio porque juegas conmigo, con ella, con todas. Te odio porque bebes, sin saber cómo parar. Te odio por todas las veces que me has llamado a las 3 de la mañana, borracho para no variar, me has dicho que me querías y luego la has llamado a ella a las 4 para hacer lo mismo. Te odio porque te drogas, y cada vez tienes un pie más dentro de un hoyo muy profundo. Te odio porque me haces daño. Te odio porque no te das cuenta de todo lo que haces, no sé qué pensarás, pero da la sensación que todo lo que pasa a tu alrededor no es tu culpa, que alguien ya vendrá a solucionar todo, cada uno de tus estropicios. Pero no. Han pasado varios meses, y aquí sigo, sentada frente al mar viendo como destrozas mil y una cosa que yo antes pensaba que eran hermosas en ti. Odio la persona en la que te has convertido. Odio que ya no exista esa segunda estrella a la derecha en la que iba a buscarte.

Porque en mi interior, todavía pienso que no eres así, sino que ese viaje de 9 meses te ha cambiado por completo  y ahora no sabes cómo volver a ser tu mismo. Aunque el sentimiento que guardo en mi interior cada vez se apaga más, cada vez  me dice que siempre has sido así, y que yo, como muchas otras, como ella, hemos sido estúpidas al enamorarnos de ti.

Todas esas millones de cosas que tengo que decirte se simplifican en dos: madura y crece. 

Y en una última: déjame volar alto, tan alto que no vuelva a verte.